
por Guillermo Eduardo Valin
Por décadas, la diplomacia internacional ha sido un espacio reservado a líderes, funcionarios y expertos con años de trayectoria. Sin embargo, el contexto actual exige repensar sus dinámicas y abrir el juego a nuevas voces. Entre ellas, la de los jóvenes, que lejos de ser simples herederos del sistema internacional, ya están protagonizando transformaciones profundas.
Nos enfrentamos a un escenario global marcado por tensiones geopolíticas, crisis ambientales, desplazamientos forzados y un acelerado cambio tecnológico. Ante estos desafíos, la diplomacia tradicional basada en estructuras jerárquicas y protocolos rígidos resulta insuficiente. Se impone la necesidad de una diplomacia más humana, participativa y sensible a las nuevas realidades. Y en esta tarea, la juventud no es un elemento: es un actor central.
Las nuevas generaciones no solo se interesan por los asuntos globales, sino que intervienen activamente en ellas. Movilizan causas, diseñan soluciones innovadoras, cuestionan lo establecido y abren caminos hacia modelos más inclusivos y sostenibles. Desde el activismo digital hasta la participación en foros internacionales, los jóvenes están presentes y comprometidos.
El sistema diplomático, sin embargo, aún presenta resistencias. Es frecuente que se convoque a jóvenes como gesto simbólico, sin otorgarles espacios reales de decisión. Pero ya no alcanza con invitarlos a posar para la foto: es necesario integrarlos seriamente en los procesos de diálogo, negociación y formulación de políticas.
El rol de la educación es también central en este proceso. Fomentar el pensamiento crítico, la empatía, la negociación y la ciudadanía global desde edades tempranas es clave para formar generaciones preparadas para liderar con responsabilidad. La educación para la paz no puede ser un tema periférico: debe ocupar un lugar estratégico en las agendas educativas de todos los países.
La diplomacia del siglo XXI ya no puede permitirse excluir a quienes más tienen que ganar —y que perder— en el mundo que se está configurando. Integrar a las juventudes no es un gesto de buena voluntad: es una necesidad estratégica.
Desde mi lugar, con años de experiencia en el ámbito diplomático, estoy convencido del compromiso de acompañar, respaldar y facilitar la participación de jóvenes en la toma de decisiones. No como un gesto simbólico, sino porque estoy convencido de que son ellas y ellos quienes pueden aportar nuevas miradas que desafíen esquemas fragmentados heredados de un orden internacional en crisis.
Reconozco en la juventud una fuerza transformadora que no debe ser contenida, sino alentada. Por eso, mi responsabilidad —como lo hago en el Voluntariado Comex-RRII— es abrir esos espacios reales, no solo para escuchar, sino para ceder el lugar. El liderazgo del futuro se construye hoy, y los jóvenes ya están listos para liderar.
El mundo necesita una generación que asuma el desafío de urgencia. La paz, la cooperación y la justicia global no serán posibles sin ellos. Allanarles el camino no es un acto de generosidad: es un acto de inteligencia y de compromiso con el porvenir de todos.
Voluntariado Comex-RRII
@comexrriivoluntariado
[email protected]