
En el corazón del Vaticano, el tiempo no solo transcurre: pesa. Tras el fallecimiento del papa Francisco, la Santa Sede entra en una fase de profunda solemnidad y expectativa. El eco de las campanas de San Pedro, con una cadencia inusual, marcó el inicio del duelo y del proceso que culminará con la elección del nuevo sucesor de Pedro.
Los rituales comenzaron en la Casa Santa Marta, donde dos guardias suizos custodian el ataúd de Francisco. Sin catafalco, sin báculo, el cuerpo del pontífice argentino descansa en una caja de madera forrada en zinc, tal como él pidió en su testamento: “sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus”.
El funeral oficial se celebrará el sábado 26 de abril a las 10.00 hs, presidido por el decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re. Será un evento de dimensión global: ceremonia religiosa y acto diplomático, en presencia de jefes de Estado, líderes religiosos y miles de fieles congregados en la Plaza San Pedro.
Después de la ceremonia, el cuerpo de Francisco será trasladado a la Basílica de Santa María la Mayor, donde descansará en una tumba sencilla. Solo entonces comenzará el verdadero proceso: la elección del próximo Papa.
De acuerdo con las normas vaticanas, el cónclave no puede convocarse durante los Novediales, los nueve días de misas por el alma del Papa fallecido, que se cuentan desde el día del entierro. En este caso, los Novediales concluirán el 4 de mayo, por lo que el cónclave podrá comenzar entre el 5 y el 10 de mayo, plazo máximo permitido.
Un total de 135 cardenales menores de 80 años, procedentes de 71 países, participarán en la elección. Sus deliberaciones, marcadas por la oración, el secreto y la reflexión, tendrán lugar en la Capilla Sixtina, bajo la mirada simbólica del Juicio Final de Miguel Ángel.
Las especulaciones ya comenzaron: ¿será africano el próximo pontífice? ¿Se repetirá la elección de un latinoamericano? ¿Triunfará una visión conservadora o continuará la línea reformista de Francisco?
Por ahora, el mundo observa en silencio. En los pasillos marmóreos del Vaticano, donde historia y fe se entrelazan, los cardenales ya sienten el peso del momento. La Iglesia está en transición. La historia está por escribirse.