
Beijing fue escenario de una demostración de fuerza que combinó historia, propaganda y geopolítica. En la Plaza de Tiananmen, el presidente chino Xi Jinping lideró un desfile militar para conmemorar los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Lo acompañaron dos figuras centrales de su estrategia internacional: Vladímir Putin y Kim Jong-un.
El evento, que duró poco más de una hora, mostró miles de soldados marchando en formación, armamento de última generación —incluidos misiles y drones submarinos— y un despliegue pensado para transmitir poder y cohesión. Con esa escenografía, China buscó dejar claro que no está sola en su pulso con Occidente, mientras Rusia enfrenta sanciones por la guerra en Ucrania y Corea del Norte sigue aislada por su programa nuclear.
“China muestra que tiene poder de convocatoria para reunir a Putin y Kim”, señaló Lam Peng Er, investigador del Instituto de Asia Oriental de la Universidad Nacional de Singapur.
El líder norcoreano llegó en su tradicional tren blindado junto a su hija y aprovechó la ocasión para reforzar su imagen en un escenario internacional donde pocas veces aparece. Putin, por su parte, justificó su ofensiva en Ucrania durante los encuentros previos en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái, y acusó a Occidente de ser responsable del conflicto.
Sin representantes de democracias occidentales y bajo estrictas medidas de seguridad en la capital, el desfile se convirtió en un escenario diseñado para enviar un mensaje político: la alianza de Beijing, Moscú y Pyongyang se consolida como un bloque que desafía abiertamente la influencia de Estados Unidos y sus socios.