08/12/2025 - Edición Nº271

Cultura

Una relectura polémica

La versión de Guillermo del Toro sobre Frankenstein: belleza visual, compasión extrema y una pérdida de complejidad moral

10/11/2025 | La esperada versión de Guillermo del Toro deslumbra en lo visual, pero sorprende con cambios que reescriben el corazón del clásico y generan debate entre fans y críticos.



La anunciada adaptación de Frankenstein a cargo de Guillermo del Toro llegó con grandes expectativas: pocos cineastas han demostrado tanta empatía hacia las figuras marginales y los seres considerados “monstruos” como él. Su película prometía devolver a la criatura de Mary Shelley la densidad filosófica y la ambivalencia moral que las versiones más populares dejaron en el camino. Sin embargo, el resultado final toma una ruta inesperada: apuesta por la compasión y suaviza los rasgos más perturbadores del texto original.

En la novela de 1818, Shelley inauguró un universo narrativo donde la transgresión científica, la responsabilidad sobre la creación, la otredad y el conflicto moral funcionan como motores de un relato sin consuelo. Durante más de dos siglos, cada adaptación se enfrentó al desafío de decidir qué preservar y qué transformar. Del Toro opta por una reinterpretación visualmente magnífica, pero que altera el corazón moral de la historia.

Los cambios comienzan con Víctor Frankenstein. En la novela, el joven científico está impulsado por una mezcla de idealismo, desmesura y temor; su caída es producto de la irresponsabilidad y la incapacidad de asumir su rol como creador. En la película, en cambio, se vuelve un personaje más oscuro desde el inicio, moldeado por un padre violento y distante y una madre atrapada en un matrimonio frío. El matiz ético desaparece: la tragedia del Víctor literario radica en su fracaso a pesar de sus buenas intenciones, no en una maldad insinuada.

La criatura también pierde complejidad. Shelley la construye como un ser de enorme lucidez, capaz de leer, reflexionar y justificar sus actos más brutales. Su violencia es deliberada, producto del rechazo y la soledad; su voz, una acusación extraordinaria. Del Toro, en cambio, suaviza esa agencia moral: las muertes se vuelven accidentales, los impulsos más oscuros se diluyen y la criatura queda más cerca de un ser incomprendido que de uno que elige conscientemente la venganza.

El personaje de Elizabeth es otro punto de inflexión. En la obra original, su inocencia y su rol de víctima exponen la cadena de responsabilidades incumplidas de Víctor. La película la convierte en una figura más activa, involucrada en tramas paralelas y hasta en una relación afectiva con la criatura, aunque sin el desarrollo necesario para sostener ese giro. La puesta la aleja del simbolismo trágico ideado por Shelley.

El tramo final es, quizás, el quiebre más evidente. Mientras la novela concluye en un escenario sin redención, donde la soledad y la imposibilidad de pertenecer son las fuerzas dominantes, del Toro opta por la reconciliación. La criatura obtiene el perdón que Shelley nunca concedió; se abre un horizonte de esperanza que contradice el espíritu original, donde la pregunta por la responsabilidad y las consecuencias quedaba sin respuesta.

Esta transformación no es menor: cambia el sentido del mito. Frankenstein deja de ser un experimento filosófico sobre los límites de la creación para convertirse en una fábula emocional sobre el abandono y la posibilidad de sanar. La película privilegia la empatía sobre el dilema ético, y aunque lo hace con belleza, también renuncia al núcleo más inquietante del clásico: la idea de que no siempre hay un camino hacia la reparación.